dilluns, 8 de setembre del 2008

Moviment queer vs. moviment GLBT

L'intenció d'aquest debat es la de confrontar i avaluar els pros i els contres de dues estratègies polítiques diferents: una és la lluita per l'alliberament "GLBT" (gai, lesbic, bisxual i transexual) i l'altra és la del moviment queer. No es tracta de que un moviment intenti combatre o reduir l'altre. Els dos tipus de lluita poden ser complementaris i convergir en molts punts, però en d'altres, xoquen. El més evident és el que fa referència a identitats sexuals. Tenim dues opcions: o utilitzar una identitat sexual com a identitat de lluita política i social, o lluitar contra les identitats sexuals imposades socialment.
També fora bo de contextualitzar les dues lluites en el moment actual i en el territori on ens trobem, tot fent un repàs a la trajectòria històrica dels dos moviments.

Hem trobat aquest post en un blog, que ens pot aportar un altre punt de vista respecte al debat: http://chirvi.blog.com/3801326/



Fragment de l'article "Identidad" de Paco Vidarte


Existen múltiples combinaciones de uno y otro paradigma, vinculando la igualdad y la orientación o la diferencia y la opción sexual, así como el discurso, del que hasta ahora no hemos hablado, que propone abiertamente la disolución de todas las categorías y etiquetas. Dicho discurso ha existido desde siempre pero se ha visto reactivado como reacción contra la polémica que venimos exponiendo, en parte por estar en completo desacuerdo con el postulado de la identidad homosexual desde el esencialismo o el constructivismo, en parte por hastío y por no tener nada mejor que ofrecer. Las críticas de quienes defienden la disolución de las categorías sexuales frente a la defensa de una identidad homosexual como esencia o como proyecto político suelen estar dirigidas contra los postulados esencialistas y en esto se solapan con el constructivismo. Pero las objeciones más interesantes son las que se centran en lo que el discurso identitario pueda tener paradójicamente de discriminador queriendo ser una opción liberadora. Postular una identidad homosexual, unos rasgos comunes, unas afinidades, por muy débiles y fluctuantes que sean, puede implicar el establecimiento y la consolidación de un “canon”, de un “modelo” de homosexual en el que quizás no quepan las innumerables diferencias que representa cada sujeto en particular. La identidad gay y lésbica puede resultar, a juicio de esta opinión, peligrosametne homogeneizadora. El proyecto identitario, en efecto, requiere de una “educación” de todos sus partidarios y hacerles pasar por el aro de la identidad, interfiriendo en sus opciones y hábitos sexuales. Ser partícipe de la identidad homosexual tiene como requisito indispensable un “aprendizaje” y un “entrenamiento” para llegar a ser un gay o una lesbiana comprometidos y políticamente activos. Por otra parte, cabe señalar que ello es así en cualquier otra asociación, club o colectivo deportivo, cultural, sindical o de lo que se quiera. La insistencia en la identidad puede acarrear, además, una cierta automarginación del resto de la sociedad y la reclusión en el propio gueto. Asimismo, continúan argumentando quienes postulan por la disolución de las categorías, insistir en la propia diferencia, tal vez implique facilitar la estigmatización y el etiquetado desde fuera, lo que, a su vez, puede generar una heterofobia como contrapartida.
No debemos ni podemos ocultar nuestro rechazo a estas insustanciales críticas que se caen por su propia inconsistencia. Si ser de determinado equipo de fútbol o de un partido político en especial no genera automarginación, no vemos por qué habría de ser automarginador declararse gay o lesbiana. La marginación más bien procede de fuera. Y para evitar la estigmatización y la discriminación, la solución no está en no declararse homosexual y volver al armario, sino en luchar para que las cosas cambien un poco. Plantear como tarea política inmediata para los gays y lesbianas la disolución de las categorías y la renuncia a la identidad es una propuesta que no se sostiene. Para empezar, sin identidad y con todas las categorías disueltas, nos quedamos sin fuerza política ¿En virtud de qué nos agruparíamos si todos somos individuos no agrupables bajo categoría alguna?, ¿estamos hablando de una lucha unipersonal? Eso poco o nada tiene que ver con la política y menos con resultados.
La identidad es la única forma de resistencia colectiva y la única forma de poder establecer un frente común. Salvo sea decir que todo lo que se ha conseguido en lo referente a derechos y libertades ha sido aportación de los colectivos que, en su momento, apostaron por la identidad. Disolver las categorías es reducir la homosexualidad de nuevo a la esfera de lo privado, íntimo y personal. Y la homofobia institucionalizada y social se disgrega entonces en actos vandálicos aislados contra individuos: la disolución de categorías lo único que consigue es disfrazar la represión, la discriminación y la homofobia de ataques esporádicos contra sujetos individuales que nada tienen que ver entre sí. Creemos además que este postulado peca gravemente de insolidaridad y egoísmo y nace de los estratos más favorecidos y privilegiados de la sociedad a los que les resulta muy fácil tener prácticas de tipo homosexual sin considerarse por ello gays o lesbianas, pues jamás sufrirán las consecuencias de serlo al estar blindados económica y socialmente contra cualquier forma de discriminación. La disolución de las categorías parece convenir sospechosamente a la burguesía más acomodada, que se permite las relaciones sexuales con personas del mismo sexo como un entretenimiento de lujo.
En fin, quizás lo más grave de este planteamiento sea lo atractivo que pueda resultar por lo que tiene de promesa de un mundo perfecto y feliz. Todos estamos de acuerdo que en un mundo perfecto nadie necesitaría agruparse para luchar contra quienes quieren pisotearlo. El problema es que ese mundo no ha llegado ni llegará nunca y sólo una mente delincuente puede promover la creencia de que ese mundo perfecto es el que vivimos hoy en día, sin categorías, sin agresiones, sin discriminación, sin homosexuales, sin heterosexuales, sin blancos ni negros enfrentados. En el trasfondo de esta postura se esconde una falacia: las cosas no deberían ser así, luego no son así. El problema es que sí lo son y mientras tanto hay que hacer algo aparte de ser apóstoles del mundo feliz. Como decía la cita que encabeza este capítulo: no sé por qué hay homosexuales con lo bien que vivimos los heterosexuales. No sé por qué existe la identidad homosexual con lo bien que viviríamos sin identidades.

Paco Vidarte